La ansiedad es un miedo disparado.
Un miedo constante.
Un miedo ridículo.
Un miedo de mentira.
Llevo años con ella de copiloto.
A veces hablándome en susurros y otras a gritos.
A veces la he callado a golpe de pastillas.
Otras veces me he rendido y ha cogido el volante.
No tiene lógica.
Pero existe.
Al menos en mi cabeza.
Y en mi cuerpo.
Y hace daño.
Es un golpeteo constante.
Una gota que cae sobre tu cabeza cada minuto.
Durante semanas. Durante meses.
Hasta que ya crees que forma parte de ti.
Que no se va a ir nunca.
Y solo quieres que pare.
Ser la persona que eras cuando no estaba ahí.
Vivir momentos de paz, de calma.
Te frustras porque no logras que desaparezca.
Pero sabes que la solución ya la tienes.
Sabes que es algo del discurso interno.
Sabes que lo puedes arreglar sin pastillas.
Pero te faltan huevos.
Te falta fuerza.
O eso es lo que ella te quiere hacer creer.
Y te lo crees.