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El Milagro Esmeralda

Puse la cafetera al fuego y me senté a mirar por la ventana de la cocina. Las naves de los Entes Esmeralda seguían ahí, suspendidas en el cielo como cometas sin hilo. Llevábamos meses observando aquellas cosas verdes repartidas por todo el globo, intentando descubrir qué eran, esperando a que sucediera algo. No habían intentado contactarnos, salvarnos o destruirnos, lo que, después de haber visto tantas películas, resultaba decepcionante. 

Los grandes ejércitos habían lanzado misiles, primero, e intentado crear un código de radio para comunicarse, después. Todas las agencias aeroespaciales del mundo habían intentado acercarse a las naves para descubrir el misterio que encerraban. En definitiva, cualquier intento de comprender, comunicarse o producir un cambio en la situación, había fracasado estrepitosamente. Muchos países terminaron optando por dejar de malgastar recursos. “Si quieren algo de nosotros, nos enteraremos”. 

Como jefa de ginecología y obstetricia del hospital más grande de la capital, me habían nombrado directora del comité de investigación español de un fenómeno singular, que había comenzado con la llegada de los Entes Esmeralda. Hoy íbamos a comunicar los resultados.

El borboteo y el aroma a café, me trajeron de vuelta a la realidad. Cogí dos tazas y saqué la leche de la nevera. Carlos entró por la puerta, enérgico y sonriente. 

– Bueeeeenos díaaaaas, mi refrescante caramelito de menta creador de vida. ¿Cómo se ha despertado la mujer más hermosa del universo conocido?

– Menos cachondeo, que te quedas sin café, Carlitos.

– Hija mía, qué rancia.

– Hoy no tengo el coño pa’ farolillos…

Creo que comprendió lo que estaba pasando, porque se acercó lentamente, me abrazó por detrás mientras yo servía el café y empezó a darme besos en el cuello. Opté por no resistirme, en el fondo lo necesitaba.

– Sabes que va a ir todo bien hoy, ¿verdad? Eres muy buena en tu trabajo y se te da bien hablar en público.

– Esto lo dices porque me estoy cabreando contigo.

– También. Pero te lo digo porque te conozco, y sé de lo que eres capaz… Y, bueno, también porque quiero llevarte al huerto…

– ¿Otra vez? ¡Si estoy enorme y horrible! Si sigo aumentando de tamaño voy a necesitar luces de gálibo para ir por la calle.

– Pues yo te encuentro deliciosa… pero ahora que lo mencionas, creo que te podría poner las luces de gálibo aquí.

Me pellizcó las nalgas.

– ¡Pero serás…!

Quería estar cabreada y descargar contra él, pero en lugar de eso me dio la risa. Me giré, maniobrando como podía con aquella tripa inmensa, y le besé. Me besó. Manos bajo de la blusa, cremalleras y botones que se abren, respiración que se acelera… lo volvimos a hacer. Otra vez. Desde que me había quedado embarazada teníamos sexo casi cada día, el mejor que habíamos tenido nunca, y a nuestra edad. Nos volvimos a vestir, terminamos el café y, justo cuando me disponía a salir por la puerta, me dijo:

– Elena, todo va a ir bien. Va a ser un día como otro cualquiera y, pase lo que pase hoy, mañana llegará otro más.

Respondí que sí, pero no le dije que sentía en los huesos que hoy iba a pasar algo. No sabía qué. Nos despedimos y quedamos en vernos en casa por la noche. 

Cuando llegué a la sala, unos 70 periodistas estaban esperando. El jefe de prensa introdujo el tema que se iba a tratar. Cuando dijo mi nombre me empezaron a temblar las piernas. Caminé hacia el atril con fingida seguridad y una relativa gracilidad, a pesar del tonelaje de mis 7 meses de embarazo.

Presenté gráficas y datos, y fui explicando cómo desde la aparición de los Entes Esmeralda se había observado, en un radio de aproximadamente cincuenta kilómetros alrededor de cada nave, un aumento en la frecuencia de encuentros sexuales entre personas en edad fértil. El resultado había sido un incremento sin precedentes en la cantidad de embarazos, incluso en los casos de parejas que habían sido diagnosticadas como estériles. “Como Carlos y yo”, pensé.

– Tras realizar pruebas y análisis a miles de mujeres, hemos concluido que no hay absolutamente nada atípico en sus procesos de gestación. Los bebés están sanos y los embarazos progresan con total normalidad, sin incidencias de ningún tipo. Hay quien lo llama el Milagro Esmeralda, pero más allá de la fascinación que este fenómeno pueda estar generando, nos enfrentamos a un gran reto.

Los gobiernos habían retrasado hacer un comunicado oficial porque querían ver cómo evolucionaba todo y estar preparados, pero no podían seguir posponiéndolo. Nos iba a estallar en la cara.

– Estimamos que en las próximas siete semanas van a nacer aproximadamente unos 3,5 millones de niños en España. Esta cifra es 10 veces superior al total de nacimientos de todo el año pasado. A nivel global, se espera que 1100 millones de nacimientos sucedan en exactamente el mismo plazo. No hay precedentes en la historia de la humanidad.

Un estruendo recorrió la sala. La realidad es que los gobiernos no tenían ni puta idea de cómo gestionar este incremento de población tan salvaje, en tan poco tiempo, pero tenía que parecer que sabían lo que estaban haciendo. Tras la ronda de preguntas, estaba exhausta.

– Cedo la palabra al presidente del Gobierno, que les va a informar de las medidas extraordinarias que se van a tomar para solventar esta excepcional situación, muchas gracias.

Llegué a casa tarde, agotada, pero Carlos me estaba esperando con velitas y mi pizza favorita. Le di las gracias con lágrimas en los ojos y me lancé sobre la comida. Iba por el tercer trozo, cuando una intensa luz verde iluminó el salón completamente. Perdimos el conocimiento. 

Al despertar, estaba un poco mareada, como si me hubiera dado un golpe en la cabeza. Me levanté y, muy despacio, me acerqué a mirar por la ventana… ¡¿pero qué coño?!

– Carlos… ¡Joder! Que ya no están. ¡Que se han ido!

El cielo estaba despejado y por primera vez en meses, no había aquellos destellos verdes en el firmamento. Entonces escuché una voz a punto de romperse a mis espaldas.

– Ca-cariño… tu…trr…

Al girarme vi que Carlos me señalaba, temblando. Estaba aterrorizado. Parecía que iba a echarse a llorar en cualquier momento. 

Al tocar mi vientre plano lo entendí todo. Y caí redonda al suelo.