En un mundo en el que la religión está en declive.
En la sociedad del individualismo y del hombre hecho a sí mismo.
Más «evolucionados», pero igual de perdidos y desorientados.
Tan sobrealimentados y acomodados en nuestro mundo feliz.
Sabemos que no hay cielos, Valhallas u Olimpos que valgan.
No hay nadie que nos de respuestas, ejemplos o pautas.
Que nos cuide y nos acompañe,
y que esté con nosotros al final del camino.
Y flotando en ese vacío, en esa sensación de desamparo,
nos hemos inventado anclajes.
Cosas que nos distraen y nos dan tranquilidad.
Que nos evitan pasar el mal trago de mirar a la incertidumbre de frente.
Las opciones son tantas.
Sólo tienes que elegir la tuya.
Positivismo, fútbol, internet, trabajo, moda, redes sociales…
Cualquier cosa que te permita mirar hacia otro lado.
Y lo estamos consiguiendo.
Distraídos como no lo habíamos estado nunca.
Cada vez más alejados.
Cada vez más superficiales.
Cada vez más vacíos.
Por eso en nuestra insignificancia y miedo.
Es tan importante respirar, escuchar, e intentar volver a conectar.
Conectar con nuestra soledad en la inmensidad del universo.
Con la tierra y con todo lo que hay en ella.
Porque en realidad sólo hay esto…
Y nada más.