Puse la cafetera al fuego y me senté a mirar por la ventana de la cocina. Las naves de los Entes Esmeralda seguían ahí, suspendidas en el cielo como cometas sin hilo. Llevábamos meses observando aquellas cosas verdes repartidas por todo el globo, intentando descubrir qué eran, esperando a que sucediera algo. No habían intentado contactarnos, salvarnos o destruirnos, lo que, después de haber visto tantas películas, resultaba decepcionante.