Reivindico mi derecho a no hacer nada, a poner los pies encima de la butaca y dejar la mente en blanco. Reivindico poder mirar la tele sin pensar en nada, poder abandonarme a esa serie como un personaje más, olvidando quién soy, qué es lo que hago y quiénes me rodean. Reivindico mi derecho a volver a ser analfabeta digital, a no relacionarme con nadie que no tenga cara, a no estar presente en ninguna red social. Reivindico mi derecho a hacer solo una cosa, o a lo sumo dos, y no al mismo tiempo.
Reivindico mi derecho a dormir como poco 8 horas cada noche, y a poder hacer una siesta si me apetece después de comer (o de desayunar). Reivindico mi derecho a no comprometerme, a ser como los demás, a ser simple y del montón, a no destacar.
Reivindico mi derecho a tener un trabajo monótono y a poder desconectar cuando termino mi jornada. Reivindico mi derecho a tener un botón de apagado en la cabeza y en el cuerpo. Reivindico mi derecho a tener solo una tarea, a perder mi agenda y que no se hunda el mundo, a no tener que llenar momentos supuestamente vacíos con actividades, cursos y quedadas.
Reivindico mi derecho a desaprender, a decrecer, a involucionar. Reivindico mi derecho a rebelarme contra todas esas imposiciones tecnológicas y sociales, a ser como quiera ser, a ocupar mi tiempo con lo que a mí me dé la gana, a tener mis horas muertas. Reivindico, en fin, mi derecho a odiar esta sociedad que te obliga a estar hiperconectada y ser multitarea.
Abrazo la contrarrevolución para poder volver a ser yo misma.